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Martes 15 de septiembre de 2010.

A las 22 horas en punto, suenan las campanas de la Catedral Metropolitana para dar la bienvenida a 50 niños músicos provenientes de la sierra norte de Oaxaca que ingresan caminando al Zócalo por la calle de Madero.

La música de sus instrumentos de viento inunda el corazón capitalino y las miles de personas que han acudido a la verbena patria les aplauden a más no poder desde las gradas colocadas alrededor de un enorme escenario circular.

Mientras, por la avenida 16 de Septiembre ingresan a la Plaza de la Constitución, con sus violines, oboes, guitarras y algunos saxofones, otros 50 jóvenes estudiantes del Conservatorio Nacional de Música, de la Escuela Superior de Música del Instituto Nacional de Bellas Artes, de la Escuela Nacional de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México y de la Escuela Vida y Movimiento Ollin Yolliztli.

De la puerta del Templo Mayor salen rumbo al asta bandera media centena de pequeños intérpretes, recién llegados del norte del país, así como del Conservatorio de las Rosas de Michoacán y la Facultad de Música de la Universidad de Veracruz, con tambores, platillos, claves y otras percusiones. Finalmente, de la calle 5 de mayo, un coro de 50 niñas procedentes de Tijuana, Guanajuato, Chiapas y Hermosillo avanzan, con su canto a flor de piel.

En el centro de la enorme plancha del Zócalo los aguarda el director invitado a celebrar el Bicentenario de la Independencia de México: el venezolano Gustavo Dudamel, quien recibe a esa orquesta de 200 voces, impresionante aún más al juntarse, pues las notas del Huapango de Pablo Moncayo suenan nítidas, perfectas, monumentales.

Acompañan a esa música que enchina la piel la iluminación que resplandece sobre los muros exteriores de los dos edificios del Gobierno del Distrito Federal. El juego de luces en esta ocasión fue diseñado por el artista Francisco Toledo: ahí están Hidalgo, Morelos, Allende y La Corregidora danzando con la muerte y los grillos, burlándose del pasar de los siglos, celebrando la libertad de un pueblo.

Luego, la fachada de Palacio Nacional se transforma en un lienzo vivo. Durante dos horas se proyecta la obra de los grandes pintores nacionales: los alcatraces de Diego Rivera, los monos de Frida Kahlo, los obreros de David Alfaro Siqueiros, el cura Hidalgo de Orozco, los volcanes del Dr Atl, las frutas de María Izquierdo, los hombres mirando al universo de Rufino Tamayo, las máscaras de Rafael Coronel, los pájaros de Juan Soriano, los laberintos de Remedios Varo, los animales fantásticos de Leonora Carrington, los desnudos de Daniel Lezama, los tzomplantli de Rafael Cauduro y muchas obras más creadas especialmente para la ocasión por un selecto grupo de jóvenes artistas, quienes completan el número mágico de esta noche: 200, como el número de murales que están siendo realizados en escuelas y hospitales públicos de toda la República.

Doscientos son también los actores convocados por la Compañía Nacional de Teatro, repartidos entre el público, caracterizados como algún héroe o icono nacional, platicando frente a frente con quien lo solicite o comentando el espectáculo.

¿Qué opinará la Catrina de José Guadalupe Posada de la forma en la que Dudamel dirige La noche de los mayas, de Silvestre Revueltas, con su orquesta magistral de 200 voces? ¿De qué ríe aquella familia acompañada por Sor Juana Inés de la Cruz? ¿En qué piensa un serio Cuauhtémoc –joven abuelo– mientras mira llegar al escenario circular a 200 bailarines?

La Orquesta del Bicentenario inicia con el Danzón número 2 de Arturo Márquez y los discípulos de Terpsícore abordan el templete que comienza a girar de manera lenta, ante los aplausos del público que observan a los integrantes de la Compañía Nacional de Danza, Ballet Teatro del Espacio, Barro Rojo, La Cebra Danza Gay, Delfos y Ballet Independiente, entre otros, convertirse ahora en un solo cuerpo que vibra al ritmo de la Zandunga serenade, de Carlos Chávez.

Las escenas y melodías que tienen el privilegio de presenciar en vivo quienes ocupan un lugar en esa Plaza de la Constitución, colmada de euforia, se reproducen en las dos centenas de pantallas monumentales distribuidas en las principales plazas de todo el país, así como en algunos consulados y embajadas mexicanas en Estados Unidos, España, Francia, Italia, China y otros países.

La fiesta bicentenaria inició este martes en punto de las 9 de la mañana en las capitales de las 32 entidades, con la participación de músicos, actores y bailarines locales, cuya señal de arranque fue el replicar de campanas de todas las iglesias.

En los alrededores del Ángel de la Independencia, una verbena popular inundó las calles de Reforma con los olores de la comida tradicional mexicana. Ahí estuvo el presidente Felipe Calderón para depositar una ofrenda floral frente al mausoleo que resguarda los restos de los héroes patrios. En su breve discurso, el mandatario aseguró que la Campaña Nacional de Alfabetización –que arrancó hace 200 días y que cuenta con un presupuesto nunca antes visto de 800 millones de pesos– ha logrado abatir ese rezago educativo en 50 por ciento. (Por cierto, se trata de la misma inversión que este año se destino al mantenimiento y apertura de otras 50 zonas arqueológicas del país, las cuales este martes abrieron sus puertas de manera gratuita y la gente fue recibida por especialistas que les daban la visita guiada).

A finales de 2009 la cifra de analfabetos en el país era de casi 6 millones de personas, de las cuales, “gracias al entusiasmo y esfuerzo de la Secretaría de Educación Pública, hoy tenemos a 3 millones 120 mil personas que ya saben leer y escribir y continúan su preparación académica con los libros de texto gratuitos especializados que se han distribuido, principalmente, en las zonas con mayor rezago económico de México. Al concluir mi administración, esperamos llegar al 99 por ciento de personas alfabetizadas.

“Sin educación no tendremos un país productivo ni rico, tanto material como espiritualmente, como el que desearon los próceres que lucharon por nuestra libertad”, agregó Calderón.

El Presidente también anunció que serían dos los gritos de Independencia: uno a las 11 de la noche, como de costumbre en el balcón principal de Palacio Nacional, y otro, a las 6 de la mañana de este miércoles 16 de septiembre, en Dolores Hidalgo, Guanajuato.

De ahí se trasladará a Silao para inaugurar el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC), uno de los proyectos más importantes de su administración, construido en un espacio de aproximadamente 14.5 hectáreas, con una inversión de mil millones de pesos y enfocado, principalmente, al desarrollo de estudios en las áreas de las ciencias naturales, biomédicas y tecnológicas.

El CNIC, por conducto del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, becará a los universitarios destacados para que desarrollen en ese lugar, ubicado entre Silao y León, Guanajuato, proyectos de alto nivel.

Las fiestas del Bicentenario del 15 de septiembre de 2010, organizadas por un cuerpo colegiado de historiadores conformado en 2007, “por respeto a los millones de pobres que aún existen en nuestro país, debieron ser austeras”, con un costo aproximado de 50 millones de pesos, lo cual, no obstante, no menguó la calidad de las propuestas artísticas de esta inolvidable noche.

Una vez concluido el concierto, la danza, la proyección en la fachada de Palacio Nacional y el ritual del grito y los juegos pirotécnicos, llegó el momento de la cereza del pastel: el estreno de la película Te amo, México, conformada por 200 cine-minutos realizados por igual número de cineastas y escritores.

Las pantallas bicentenarias se iluminaron con las ideas y sueños de narradores y poetas como Carlos Fuentes, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco, Juan Villoro, Elena Poniatowska, Laura Esquivel, Alberto Blanco, entre otros, plasmados en 60 minutos por 200 realizadores (desde Arturo Rípstein, Alejandro González Iñárritu, Guillermo Arriaga, Carlos Cuarón, hasta recién egresados del Centro de Capacitación Cinematográfica y del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos), incluidos cineastas rarámuris, zapotecas, mayas, yaquis y otomíes, así como un grupo de niños menores de 10 años, estudiantes de La Matatena.

Uno de los pasajes más emotivos y que provocó una gran ovación entre el público fue el segmento realizado por el historietista Gabriel Vargas, con guión del escritor Carlos Monsiváis, proyecto que los autores fallecidos hace unos meses no lograron ver armado.

Un Popocatépetl humeante, un beso interminable junto a la pirámide de Chichén Itzá, tacos de todos sabores, pero también el recuerdo de los caídos el 2 de octubre de 1968, la guerrilla (propuesta escrita por Carlos Montemayor, dirigida por Felipe Cazals), las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, los trabajadores desempleados del Sindicato Mexicano de Electricistas y la petición de justicia de los padres de los niños de la guardería ABC están presente en ese magistral trabajo cinematográfico (que se puede descargar gratuitamente en Internet) y que deja para generaciones venideras el recuerdo del rostro herido, pero digno y esperanzador de un país bicentenario.

Al concluir la proyección de la cinta, las personas continuaron la verbena. En un puesto de buñuelos, en entrevista, el escritor Paco I. Taibo II, miembro del comité organizador de los festejos que se realizarán el próximo 20 de noviembre, afirmó: “Si esta fiestecita les gustó, no se la van a acabar con las celebraciones por el centenario de la Revolución, pero eso es harina de otro costal”.

(Y SÍ, DE PRONTO DESPERTÉ, Y LA REALIDAD SEGUÍA AHÍ…)

6 pensamientos en “La crónica que nunca voy a escribir

  1. Excelente crónica, nada más te falto mencionar todas las obras de mantenimiento en las zonas arqueológicas del país que abrieron sus puertas y la gente fue recibida con especialistas que les daban la visita guiada. Un abrazo.

  2. Me dieron ganas de llorar. Por que carajos teniendo tanta riqueza aquí, entre nuestros creadores, estos señores contratan puros extranjeros y se gastan una millonada si estos festejos podrían ser tal y como los describes, Moni? Por que no puede ser verdad el sueño de un país alfabetizado, y en el que el mejor festejo seria invertir en ciencia y tecnología? Pues porque, como bien dices en tu crónica, cuando despertamos la realidad todavía estaba ahí.

  3. Tienes razón, Irma. Qué les cuesta? Por eso me da coraje que se menosprecie el talento nacional, que como siempre ha vivido en la austeridad es mil veces más creativo que lo que yo soñé. Y la ciencia? Como siempre, puede esperar.

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